El tranvía número sesenta recorría una de las tantas avenidas de Buenos Aires. Arriba suyo, el músico Edmundo Zaldívar iba pensando en las cosas que su padre le solía contar sobre la Quebrada de Humahuaca. Fue allí que encontró inspiración para escribir la tonada de aires norteños que le habían pedido los directivos de Radio El Mundo.
¿Cómo iba a imaginar que su carnavalito, titulado “El Humahuaqueño” y publicado en 1941, se convertiría en un emblema de los festejos que cada año se desatan en honor a la Pachamama? El himno de los pueblos jujeños creado por un porteño que sólo vería con sus propios ojos aquellas lejanas tierras ocho años más tarde: hay quien podría pensar que se trata de una paradoja, incluso de una total contradicción. Pero en verdad la canción de Zaldívar no es sino un nuevo capítulo en la historia del carnavalito, género mestizo por naturaleza, tan hijo de las anatas y las quenas altiplánicas como de las coplas y las guitarrillas españolas. Como toda la música de Latinoamérica, tierra de mezclas y alegrías.
ESCUCHAR (minuto 24:26)
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