viernes, 17 de enero de 2014

El Gran separador en la voz de Roberto

Bienvenidos al tren de Mar del Plata

Alejarse en el espacio no es solo mudar de aires. A veces, se esconde allí un distanciamiento de corte social. Esta formulación tan simple como compleja se desprende de aquellos primeros veraneantes en Mar del Plata. Allá por fines del siglo XIX la ciudad costera se transformó en un nicho donde la ostentación porteña descansaba por una temporada. Los veranos allí habían reemplazado a un más cercano descanso en Tigre o Adrogué. La distancia y el mar eran entonces lo realmente importante.
Pocos pudientes celebraron que el Ferrocarril del Sud, por entonces en manos británicas, los acercara aún más al ambiente costero a partir de Diciembre de 1886. Hasta esa fecha los viajes se hacían desde Constitución hasta Chascomús, y desde ahí se doblegaba la pampa en carreta rumbo al pequeño poblado de mar. Nuestra oligarquía estaba decidida a acortar los tiempos, invirtiendo también en lujosas mansiones que en algunos casos sirvieron temporalmente de hotel; pero en otros, se convertirían en casas familiares permaneciendo en sus manos aun al día de hoy.
Los días allí constaban en caminatas y reuniones entre pares de igual nivel social; si el calor era abrasador, un baño de mar era permitido, pero con las mujeres distanciadas de los hombres y todos arropados; porque a diferencia de hoy día, la piel tostada era un estigma social asociada al trabajador rural. El casino, los duelos de golf y los viajes hasta el faro para participar en concursos de caza de lobos, patos y zorros eran otra forma del entretenimiento de los adinerados. Tras ellos, desfilaba un séquito de sirvientes que cargaba cajas de madera, arcones y baúles. A su modo, ellos también conocerían la dicha del mar.

ESCUCHAR (minuto 22:20)

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